jueves, 11 de septiembre de 2014

Feliz día para todos l@s maestr@s

Feliz día para todos l@s maestr@s  




Quiero manifestarme en este día, congratulándome por tan grato acontecimiento, haciendo llegar este saludo a todos los maestros y maestras, en actividad o jubilados, y en todas las múltiples especialidades que existen actualmente.


También quiero recordar a los míos. Y comienzo con mi madre, quien tuvo actividades docentes conmigo, aunque no sea profesional en ese sentido, ya que nunca cursó didáctica, por lo cual fue de la época que la letra entraba con sangre. Aunque todavía está viva, con sus florecientes 85 años, escribo tranquilo, porque sé que por diferentes motivos, nunca leerá esto. Posiblemente tenía yo de cuatro a cinco años, cuando comencé con ella la tarea de los primeros palitos, después lectura (OSO, O S O), y escritura. Era implacable, y sus pellizcos o tirones de cabello eran frecuentes, (odio recordar eso), pero hacía lo que tenía planificado: quería un hijo modelo en todo, modelo a su manera claro está, y de esa manera lo marcó, hasta que finalmente resulté un buen modelo de boludo.

Después vinieron las monjitas, ya a los cinco años, en lo que hoy sería un jardín de infantes, y por entonces se llamaba primero inferior y posteriormente primero superior. Entré de contrabando al primero inferior, a mitad de año, porque mi edad no daba con las prescripciones vigentes en ese momento. Por entonces ya me enamoré de una monja, la Hermana Luján, que era bellísima, encantadora y posteriormente me haría integrar un coro de niños para la liturgia católica, apostólica, romana. Y también padecí a otra, la hermana Daniela, aunque  a mí me trató siempre muy bien, pese a sus exigencias acordes con los gustos de mamá.

Para hacer el segundo grado, tenía que pasar a otra escuela, porque era considerado promiscuo, el compartir entre ambos sexos, las clases a esa edad. Había una escuela pública en mi ciudad, a la que siempre me hubiese gustado ir, y que estaba cruzando la calle de mi casa materna.  Pero no, los deseos de mis progenitores coincidían con la discriminación que aunque en menor grado aún sigue en este poblado, y debía volver a cruzar la plaza, para ir al colegio de los curas.

Grandes maestros encontré entonces. Los curas eran los dueños del colegio, y pertenecían a una Orden Religiosa, que hasta entonces importaba sacerdotes de Italia. Acá estaba instalado el cura Celso, párroco y mandamás de la aldea, en connivencia con el comisario y el juez de paz.  Extraordinario maestro, al igual que el Hermano Rogelio, el Hermano Victorio y los curas: Joaquín y Jerónimo. Durante esos años de la primaria, el colegio se fue aggiornando, y contrató el servicio de maestros y maestras laicos. De ellos recuerdo a la Sra. Elba, al Sr. Amado, y a un tal maestro Peressón. A los dos primeros con mucho cariño, rescatando sus dotes docentes.

Acertadamente, en ese período, no pude enamorarme de ninguno de los maestr@s.

Muy feliz día para todos los docentes.

Setiembre 2014

La imagen es una reproducción de la obra pictórica con técnica de acrílico, de Miguel Cámpora (argentino) titulada Maestra.

martes, 2 de septiembre de 2014

Canción Desesperada

Canción Desesperada. Luisina Mathieu. en Tango de Festivales 

 

 



https://www.youtube.com/watch?list=UUvE_hw7JrUzb22sNvNzDgAQ&feature=player_detailpage&v=LbTGdGL9Zvo

JUEGO DE NIÑOS

Hoy recurro a mi amigo Homero Alcibíades Raceto, quien me deja un texto que refleja mi infancia. 

JUEGO DE NIÑOS




No había televisión, ni aparatos de radio portátiles; por supuesto ni hablar de computadoras personales, telefonía móvil y celulares.

Los juegos, cuando el clima era propicio, por lo general los practicábamos al aire libre; los de salón, variaban según la posición económica de nuestras familias, permitiéndose los más acomodados, tener su "mecano", una caja con distintos elementos de chapa de variadas formas, tornillos y tuercas, y las herramientas apropiadas, para armar y desarmar lo que la imaginación les permitía.

Claro que desde más pequeños, aprendimos a andar en triciclo; recuerdo con nostalgia, que mi padre me había fabricado uno, totalmente de hierro; desde sus ruedas desnudas de cualquier engomado, hasta el asiento, pedales y manubrio. Cuando crecieron mis hermanos que me seguían, compraron uno "de verdad", que para compararlo con el ya desvencijado triciclo artesanal, podemos apelar a la diferencia entre un Mercedes Benz y un Ford A.

De todos modos, queda en mi memoria, el primer triciclo, valorando ahora que papá ya no está, toda su habilidad y fundamentalmente el amor que puso para construirlo.

Había varios terrenos baldíos, y justamente cruzando la calle de tierra que separaba la manzana donde estaba mi casa con la que seguía hacia el sur, era uno de ellos, de suficiente amplitud como para jugar al fútbol, o con los accidentes necesarios para disfrutar de otros juegos grupales que relataré.

En ese solar, estaba la casa de nuestro vecino, que fabricaba tubos de cemento para alcantarillas, y que iba almacenando en parte del sitio. En esa casa vivían dos de mis amigos, René y Rolando. Nos juntábamos con ellos, y entre otros recuerdo a vecinos, como Roberto y Mario, hijos de una familia "bien", ya que su padre era profesional de la medicina, e integrante de distintas comisiones comunales, de fuerzas vivas e instituciones; recuerdo a otro llamado también René; otros hermanos que se unían ocasionalmente eran los mellizos Negro y Rubio, y su otro hermano Juan Carlos. Para diferenciar a los dos René, diré que al primero le pusieron por sobrenombre “Buzón”, mientras que al segundo lo llamaban “Chancha”; en cuanto a mi alias era el de “Tortuga”; cierto es que en este grupo que formábamos no usábamos entre nosotros estos apodos.

Claro que muchas veces, tenía que mirar como jugaban mis compañeros del barrio, porque por alguna travesura o demasiada protección maternal, agarrado del alambre tejido que hacía de cerca en el límite de mi casa, tenía que responder a los llamados para que me integre al juego, con un ruborizado "no me dejan".

En el fútbol posiblemente era el más patadura, aunque más propiamente graficado, debería decir el más debilucho, el de menor fuerza en la patada, y el de menos habilidad en el dominio de la pelota.

¡Qué pelotas las de esos tiempos! la número cinco, de cuero, áspera, pesada, y recontra pesada cuando estaba mojada; casi todas las familias teníamos una, e íbamos rotando en quién la ponía para el partido; esa pelota se cuidaba como el más preciado tesoro. Recuerdo que la mía merecía especiales atenciones de mi parte; luego de un partido le pasaba cuidadosamente sebo (grasa vacuna) que protegía al cuero; era de tajadas hexagonales, y había aprendido a descoserla, emparchar la cámara de goma cuando sufría pinchaduras, y volver a coserla con un par de agujas; claro que cuando ya me quedaba muy ovalada recurría a los servicios de un artesano zapatero.

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Otros de los juegos al aire libre que compartíamos, era el de los “Cowboys”, coboy en nuestro lenguaje, y consistía en buscar un escondite, ya sea entre los tubos de cemento, alcantarillas, escombros, árboles y demás accidentes del predio, armados con pistolas o escopetas fabricadas toscamente con madera blanda por nosotros mismos, pero sin detalles estéticos, resultando ser solamente la silueta del arma pretendida; una vez todos escondidos, había que moverse sigilosamente, arrastrándose, para ubicar a cualquiera de los enemigos, sorprenderlo, apuntándole con el juguete, y gritando ¡Bang! ¡Bang! ¡Estás muerto!, a lo que el atrapado respondía, de acuerdo a su humor, con contorsiones o alaridos, hasta quedar tirado en el piso; lógicamente que la acción de atacar a uno de los contrincantes, te exponía a que los demás descubrieran tu escondite.

En el pueblo, existía una sala de cine, en el predio que ocupaba el templo y la casa parroquial; llevaba por nombre “Cine Cultural” y era administrado por el cura Joaquín Bonaldo, de la Orden de los Siervos de María, capellán de la entonces Base Aérea de Reconquista. En esa sala, se proyectaban sábados y domingos por la noche, programas de doble función, con un introito del Noticiero, en el que se podían ver sucesos recientes vinculados con la política, el deporte u otros temas, y también con un intervalo entre una película y otra.

Los domingos por la tarde, el Cine Cultural, ofrecía especialmente para los niños, la función “Matinée”, en la que por lo general, se proyectaba el Noticiero, la “cola” (adelanto) de las películas programadas para la semana siguiente, y luego un film que casi siempre era “de guerra”, o de vaqueros (Cowboys), la famosa zaga de la conquista del oeste norteamericano, donde invariablemente aparecían, el muchacho, el mocito, el bueno, el malo, el feo, el bandido, el pistolero, el “Sheriff”, el “Saloon” y el desgraciado exterminio de los indios (en nuestro país no se quedaron cortos con ese tema, primero, durante el Virreinato del Río de la Plata, con la esclavitud a la que eran sometidos los aborígenes especialmente encomendados a trabajos forzados en las minas de plata de Potosí, y más tarde, habiéndose ya constituido la República Argentina, con la “Conquista del desierto”, la colonización de distintas regiones, y el reclutamiento obligatorio para ser carne
de cañón en las guerras por la independencia o en la tristemente célebre guerra contra la República del Paraguay).

Los filmes habitualmente se proyectaban en blanco y negro, pero solíamos ligar de tanto en tanto, alguno en “Tecnicolor” y “Cinemascope”, técnicas de última generación para nuestra época.

De vuelta a casa, los hermanos Juan Carlos, Rubio y Negro, solían en el patio de su vivienda, hacer la representación de la película que habían visto. En una de esas emulaciones, la oportuna atención de un vecino, impidió una tragedia, al socorrer al pobre Juan Carlos, que estaba siendo colgado de un árbol, con la soga al cuello, pues en el film que habían presenciado, justamente uno de los bandidos  era ajusticiado en la horca.

HOMERO ALCIBIADES RACETO