martes, 2 de septiembre de 2014

JUEGO DE NIÑOS

Hoy recurro a mi amigo Homero Alcibíades Raceto, quien me deja un texto que refleja mi infancia. 

JUEGO DE NIÑOS




No había televisión, ni aparatos de radio portátiles; por supuesto ni hablar de computadoras personales, telefonía móvil y celulares.

Los juegos, cuando el clima era propicio, por lo general los practicábamos al aire libre; los de salón, variaban según la posición económica de nuestras familias, permitiéndose los más acomodados, tener su "mecano", una caja con distintos elementos de chapa de variadas formas, tornillos y tuercas, y las herramientas apropiadas, para armar y desarmar lo que la imaginación les permitía.

Claro que desde más pequeños, aprendimos a andar en triciclo; recuerdo con nostalgia, que mi padre me había fabricado uno, totalmente de hierro; desde sus ruedas desnudas de cualquier engomado, hasta el asiento, pedales y manubrio. Cuando crecieron mis hermanos que me seguían, compraron uno "de verdad", que para compararlo con el ya desvencijado triciclo artesanal, podemos apelar a la diferencia entre un Mercedes Benz y un Ford A.

De todos modos, queda en mi memoria, el primer triciclo, valorando ahora que papá ya no está, toda su habilidad y fundamentalmente el amor que puso para construirlo.

Había varios terrenos baldíos, y justamente cruzando la calle de tierra que separaba la manzana donde estaba mi casa con la que seguía hacia el sur, era uno de ellos, de suficiente amplitud como para jugar al fútbol, o con los accidentes necesarios para disfrutar de otros juegos grupales que relataré.

En ese solar, estaba la casa de nuestro vecino, que fabricaba tubos de cemento para alcantarillas, y que iba almacenando en parte del sitio. En esa casa vivían dos de mis amigos, René y Rolando. Nos juntábamos con ellos, y entre otros recuerdo a vecinos, como Roberto y Mario, hijos de una familia "bien", ya que su padre era profesional de la medicina, e integrante de distintas comisiones comunales, de fuerzas vivas e instituciones; recuerdo a otro llamado también René; otros hermanos que se unían ocasionalmente eran los mellizos Negro y Rubio, y su otro hermano Juan Carlos. Para diferenciar a los dos René, diré que al primero le pusieron por sobrenombre “Buzón”, mientras que al segundo lo llamaban “Chancha”; en cuanto a mi alias era el de “Tortuga”; cierto es que en este grupo que formábamos no usábamos entre nosotros estos apodos.

Claro que muchas veces, tenía que mirar como jugaban mis compañeros del barrio, porque por alguna travesura o demasiada protección maternal, agarrado del alambre tejido que hacía de cerca en el límite de mi casa, tenía que responder a los llamados para que me integre al juego, con un ruborizado "no me dejan".

En el fútbol posiblemente era el más patadura, aunque más propiamente graficado, debería decir el más debilucho, el de menor fuerza en la patada, y el de menos habilidad en el dominio de la pelota.

¡Qué pelotas las de esos tiempos! la número cinco, de cuero, áspera, pesada, y recontra pesada cuando estaba mojada; casi todas las familias teníamos una, e íbamos rotando en quién la ponía para el partido; esa pelota se cuidaba como el más preciado tesoro. Recuerdo que la mía merecía especiales atenciones de mi parte; luego de un partido le pasaba cuidadosamente sebo (grasa vacuna) que protegía al cuero; era de tajadas hexagonales, y había aprendido a descoserla, emparchar la cámara de goma cuando sufría pinchaduras, y volver a coserla con un par de agujas; claro que cuando ya me quedaba muy ovalada recurría a los servicios de un artesano zapatero.

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Otros de los juegos al aire libre que compartíamos, era el de los “Cowboys”, coboy en nuestro lenguaje, y consistía en buscar un escondite, ya sea entre los tubos de cemento, alcantarillas, escombros, árboles y demás accidentes del predio, armados con pistolas o escopetas fabricadas toscamente con madera blanda por nosotros mismos, pero sin detalles estéticos, resultando ser solamente la silueta del arma pretendida; una vez todos escondidos, había que moverse sigilosamente, arrastrándose, para ubicar a cualquiera de los enemigos, sorprenderlo, apuntándole con el juguete, y gritando ¡Bang! ¡Bang! ¡Estás muerto!, a lo que el atrapado respondía, de acuerdo a su humor, con contorsiones o alaridos, hasta quedar tirado en el piso; lógicamente que la acción de atacar a uno de los contrincantes, te exponía a que los demás descubrieran tu escondite.

En el pueblo, existía una sala de cine, en el predio que ocupaba el templo y la casa parroquial; llevaba por nombre “Cine Cultural” y era administrado por el cura Joaquín Bonaldo, de la Orden de los Siervos de María, capellán de la entonces Base Aérea de Reconquista. En esa sala, se proyectaban sábados y domingos por la noche, programas de doble función, con un introito del Noticiero, en el que se podían ver sucesos recientes vinculados con la política, el deporte u otros temas, y también con un intervalo entre una película y otra.

Los domingos por la tarde, el Cine Cultural, ofrecía especialmente para los niños, la función “Matinée”, en la que por lo general, se proyectaba el Noticiero, la “cola” (adelanto) de las películas programadas para la semana siguiente, y luego un film que casi siempre era “de guerra”, o de vaqueros (Cowboys), la famosa zaga de la conquista del oeste norteamericano, donde invariablemente aparecían, el muchacho, el mocito, el bueno, el malo, el feo, el bandido, el pistolero, el “Sheriff”, el “Saloon” y el desgraciado exterminio de los indios (en nuestro país no se quedaron cortos con ese tema, primero, durante el Virreinato del Río de la Plata, con la esclavitud a la que eran sometidos los aborígenes especialmente encomendados a trabajos forzados en las minas de plata de Potosí, y más tarde, habiéndose ya constituido la República Argentina, con la “Conquista del desierto”, la colonización de distintas regiones, y el reclutamiento obligatorio para ser carne
de cañón en las guerras por la independencia o en la tristemente célebre guerra contra la República del Paraguay).

Los filmes habitualmente se proyectaban en blanco y negro, pero solíamos ligar de tanto en tanto, alguno en “Tecnicolor” y “Cinemascope”, técnicas de última generación para nuestra época.

De vuelta a casa, los hermanos Juan Carlos, Rubio y Negro, solían en el patio de su vivienda, hacer la representación de la película que habían visto. En una de esas emulaciones, la oportuna atención de un vecino, impidió una tragedia, al socorrer al pobre Juan Carlos, que estaba siendo colgado de un árbol, con la soga al cuello, pues en el film que habían presenciado, justamente uno de los bandidos  era ajusticiado en la horca.

HOMERO ALCIBIADES RACETO

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