martes, 25 de agosto de 2015

Felices los niños

Felices los niños, es un título que me evoca sentimientos encontrados. Por un lado, Los días felices, obra de mi vecino Celso Agretti, donde narra encantadoramente vivencias de su niñez, y por otro a la fundación que lleva por nombre Felices los niños, despedazada por el pedófilo Grassi, a quien muchos creen se está pudriendo en la cárcel, pero todos tenemos derecho a las sospechas, y no sería difícil que en su lugar de alojamiento VIP, hasta le lleven niños para su depravada satisfacción; de todos modos, la fundación sigue trabajando mucho por los niños, y los aliento a todos ellos, salvo que intenten defender al cura degenerado.


Pero ahora quiero hablar de mi temprana y feliz niñez. Dicen que hoy los chicos vienen con sus genes ya cargados de una habilidad mental que nosotros no teníamos, que son más despiertos y vivarachos; claro, sus celulares, juegos electrónicos y computadoras, eran impensados para nosotros, que nos conformábamos con las simples bolitas, figuritas o el triciclo; tardábamos un montón en hacer una suma o división, pero entrenábamos nuestra mente y nuestra razón, de una manera adecuada para el posterior curso de los estudios; éramos sometidos a una disciplina, que sin ser ruda, nos inculcaba principios básicos de respeto, de autoridad y de responsabilidad. No éramos serios ni amargados, y nuestra imaginación volaba, cosa que ahora posiblemente sea difícil de ejercitar en los niños, que encuentran todo hecho, todo encerrado en una pantalla.

En esta imagen, estamos los tres hermanitos que por entonces existíamos (el último estaba esperando su turno en Bolivia) . Yo montado en el triciclo, que mi papá me había construido con sus manos; era totalmente de hierro; ningún plástico ni goma, en su asiento, su manubrio o sus ruedas; pero para mí era un Ferrari o un Mercedes de Fórmula Uno. Tenía cinco años, mi hermana Noemí 3 y Sonia posiblemente 1.

Esta es de más o menos la misma época, con los mismos protagonistas, pero deseo que pongan cuidado en la dedicación de mamá, en el sentido de que posar para la posteridad no era cosa de improvisar, y entonces nos vestía con la “ropa de fiesta”, la de salir (la mayoría de las salidas eran ir a misa), porque la “ropa de entre casa”, era un poco más humilde.  Yo luciendo un traje, y todos  calzando zapatos ( a mí me duraban varios años, por eso no tengo los pies muy grandes).


En ésta ya aparece el benjamín, Nilo, nuestro último hermanito, con lo que se completa una versión de la familia Ingalls ampliada.

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