miércoles, 2 de septiembre de 2015

Camino a la santidad



Retomo el hilo de la historieta, en la que hablaba de mi niñez, de la escuela primaria, de los tiempos de monaguillo, y en los cuales iba madurando una vocación por la vida religiosa.

En ese ambiente de espiritualidad, no puedo negar que la sintonía era perfecta y sin hipocresías.

Con una madre sobreprotectora y temerosa de su dios, y en un ambiente escolar donde la mayoría de los maestros eran religiosos consagrados o curas, condición que en nada desmerece su valor como docentes, y en el contacto con los ritos religiosos, con lo sagrado, uno se va enamorando de esa vida, y no encuentra mejor refugio que en las prácticas devotas.

Carlos Marx decía que "la religión es el opio de los pueblos". Quiero destacar movimientos religiosos, como los tercermundistas, que tuvieron un efecto muy contrario a esa aseveración; en efecto, despertaron a la gente de la que nadie se ocupaba, e hicieron tomar conciencia del estado esclavista en que vivían. Para los que vivíamos tranquilos, con las necesidades primarias más o menos satisfechas, y teníamos acceso a la educación y refugio en la casa paterna, estas cosas no nos interesaban y nos quedábamos embobados con los ritos religiosos.

Allá por los años sesenta, recuerdo como lloraba mi madre, escuchando los informativos radiales, que daban cuenta de la revolución cubana. Castro y su gente, en su visión, eran el mismo ejército del demonio; no entendían nada de la revolución, y se detenían en detalles como que se ensañaban con los curas, quemaban iglesias y despreciaba todo lo religioso.

Con la prédica en ese momento, del católico John Kennedy, era el movimiento comunista, el mismo demonio sobre la tierra; nunca se enteró mi madre, de cuantos muertos provocó el capitalismo; de cuantos inocentes fueron enviados a frentes de batalla, que sólo respondían a intereses económicos, de cuantos morían -y lo siguen haciendo- en nuestro país, por la perversidad de gobiernos corruptos y mal paridos.

Ni hablemos de las muertes y persecuciones, provocadas por la iglesia, con la inquisición; los reyes católicos financiaron y promovieron la mayor invasión de la historia, que provocó la desaparición de millones de nativos latinoamericanos, que tenían por pecado vivir de acuerdo a las leyes naturales.

Pero volvamos a situarnos en la cuna de algodones en que se desarrollaba mi niñez y pre adolescencia; colegio católico, familia unida y conformada legalmente y sacramentalmente. El lavado de cerebro se perpetuaba  con admirable inteligencia y técnica, que rendía los frutos por ellos esperados. El cura, que luego sería nuestro rector en el seminario, nos reunía a los elegidos una vez por semana, con prédicas que exaltaban la maravillosa tarea que íbamos a emprender, a la par de mostrarnos comodidades desconocidas para nosotros, habitantes de un pequeño pueblo, y que llenaban nuestra imaginación, confundiendo en mi caso a veces, la verdadera vocación, con las ganas de salir del entorno donde vivía, para aventurarme a ese mundo desconocido, cercano a la capital del país.

Aparte de estas charlas en grupo, estaban las entrevistas privadas a las que nos sometía; recuerdo que tenía una lámina, con un termómetro dibujado, y que con satisfacción,  luego de sermonearme y someterme a un cuidadoso interrogatorio, me lo mostraba, marcando una línea por los ochenta o noventa -la escala era de cero a cien-, diciéndome paternalmente: muy bien, así anda tu vocación, reza mucho para conservarla y aumentarla.

Y yo rezaba, asistía a misas, ayudaba en el templo, tanto en las ceremonias como en su preparación, en los trabajos de limpieza; rezaba y vivía mirándome las palmas de las manos, temiendo me crecieran pelos en la misma. ¡Qué gran culpa sentía luego de masturbarme! Había hecho algo tan horrible, casi sacrílego.

Así se iba allanando el camino, para que terminado  el ciclo de la escuela primaria, pudiese entrar sin problemas, en el seminario de los Siervos de María; el mismo estaba localizado, y recién inaugurado, en Fátima, pueblo entonces cercano a la ciudad de Pilar, aunque en medio del campo. Allí entraría, convencido que estaba tomando una decisión correcta, y encaminado a profesar en un futuro como sacerdote.

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